viernes, 23 de agosto de 2013

BONICHES PARAISO NATURAL (RUTAS)


Aunque pueda parecer mentira, todavía pueden encontrarse en la península algunos paraísos semiperdidos. Este es el caso de Boniches, un pequeño municipio enclavado en la Serranía Baja Conquense, que encierra un sinfín de maravillas naturales, en un medio que ha permanecido inalterado a lo largo de los siglos.
El pueblo, que según el censo de 1996 albergaba a 233 vecinos (aunque no todos ellos permanecen allí durante todo el año), a una altitud de 1.022 metros sobre el nivel del mar, es uno de tantos lugares de la sierra que se han ido despoblando por la emigración.
 

Su proximidad a Valencia (160 kms.) motivó que la inmensa mayoría optara por esta ciudad levantina cuando vieron que sus posibilidades en el medio rural eran muy limitadas. Y aunque tan sólo dista 68 kms. de la capital provincial, fue muy poco el flujo migratorio que hacia ella se dirigió. Jugó un papel importante en la emigración, a parte de la falta de industrias y el relativo aislamiento, la climatología, con inviernos verdaderamente fríos (la mínima registrada en los últimos años fue de -17º durante el mes de febrero de 1985) y largos, con abundantes nevadas que en ocasiones han llegado a alcanzar espesores de casi 2 metros. Por el contrario los veranos no son excesivamente rigurosos, debido a la baja humedad ambiental, que hace de Boniches un buen lugar para la curación del jamón serrano y una serie de embutidos (destacando las morcillas y los chorizos), al igual que la carne de cordero, que son hoy por hoy la industria más importante del municipio, comercializada por la única carnicería existente (que también dispone de matadero homolagado, único en la zona), muy conocida en la zona; juntamente con la madera que se extrae de los montes, en la cual el pueblo sólo participa en los beneficios de las talas realizadas en los montes comunales.

Los orígenes del pueblo actual se remontan a mediados del siglo XIII, cuando en 1263 se estableció la iglesia de la Asunción, en el marco de la repoblación de toda la Serranía que, tras la conquista en 1177 de Cuenca por el rey Alfonso VIII, se produjo; aunque ya desde el neolítico (como demuestran los hallazgos en la cueva de la Cabeza de la Fuente y
las pinturas rupestres descubiertas en diversos parajes de los montes circundantes, principalmente en Selva Pascuala) hay constancia de presencia humana, sostenida a través de la presencia de celtíberos (como demuestra la necrópolis del Saladar), romanos (que en Boniches dejaron un puente destruido por la riada de 1947) y otros que fueron dejando su huella en aquellos incomparables parajes. Lo más llamativo del núcleo urbano, que está situado en las faldas del pequeño montículo denominado La Picota, de 1.076 metros de altura, es precisamente las ruinas de un pequeño castillete 

 (cuya construcción no está datada pero probablemente coincide con el establecimiento del pueblo actual, durante el siglo XIII), que lo coronaba y desde donde se divisan a la perfección los accesos al pueblo desde los distintos puntos cardinales. La iglesia, ya muy reformada, y el Ayuntamiento, recientemente reconstruido, son los edificios más emblemáticos y relevantes de la población, dignidad que comparten con el Molino de La Luz, que como su propio nombre indica se estableció para dar electricidad al pueblo, y que entró en funcionamiento en 1916, hasta poco más de mediados del siglo XX.

Se puede llegar fácilmente a Boniches por carretera desde Valencia y desde Cuenca; la estación de ferrocarril más próxima, Carboneras de Guadazaón (en la línea de Cuenca a Valencia, inaugurada el 25 de noviembre de 1947), se encuentra a 24 kms., pudiendo enlazar uno de los cuatro trenes diarios de ida y vuelta con el autobús de línea que cruza su término, y que efectúa el recorrido (un servicio diario de ida y vuelta) entre Cuenca y Santa Cruz de Moya; y dispone también de un servicio directo tres veces por semana con la capital del Turia, en la línea de autobús Cañete - Valencia. También en el vecino pueblo de Cañete se puede conectar con la línea de autobús Barcelona - Cuenca.

Cuando se llega al pueblo, si se hace viniendo de Valencia, aparentemente nada sobresale de lo normal, dando la impresión de otro pueblo serrano más. Pero a medida que uno se va adentrando en dirección a Las Huertas, la apreciación cambia por completo. En cuanto abandonamos el núcleo urbano en dirección al río, tenemos que atravesar El Estrecho, que como su propio nombre indica es una estrecha garganta labrada por el Reajo, pequeño emisario que recoge las aguas de las Muedas y Valhondo, que en poco más de un kilómetro desaguará en el Cabriel (que discurré dentro del término en una longitud cercana a los 15 kms.). Inmediatamente llama la atención la Peña del Cuervo 


(a nuestra derecha, a 1.072 mts.), cresta rocosa que sobresale entre los sempiternos pinos, de curiosa forma, y muy frecuenta por estas aves; y las peñas del Tortejón, que cierran el valle a nuestra izquierda. El panorama que se nos presenta es el de un amplio valle, surcado por el mencionado río, encorsetado por pintorescas montañas absolutamente cubiertas por pinos resineros. 
 
Es muy recomendable adentrarse en Los Llanos para visitar las cascadas del Traqueiro,

junto a un antiguo molino harinero hoy habilitado como vivienda. Alli el agua, con sus diversos saltos y cascadas, nos ofrecerá un espectáculo formidable.

Remontando el río por los caminos paralelos, tras atravesarlo por el puente de las Huertas 

 


 que sustituyó al anterior de origen romano, cuyos restos podemos apreciar a un centenar de metros aguas abajo, podremos llegar tras un agradable paseo rodeando las huertas de la Dehesa del Río, al lugar conocido como el Palancarejo, donde se juntan el camino que va hacia la presa, situado en el paraje denominado El Rento con el que sube bordeando Las Cabezas (1.358 mts.), dos montañas en forma de cono que, junto a la Cabecilla del Tío Ambrosio (1.228 mts.), forman una de las vistas más características del término. Una vez en el Collado de la Mina, podremos tomar nuevos derroteros: seguir el camino para alcanzar la mayor altura del término y de toda la zona, el Pico del Telégrafo, a 1.410 metros de altitud, o bien bajar hacia Las Viñas, no sin antes echar un vistazo por El Rodeno, amplio valle cubierto completamente por pinos, y llegar hasta la Horadada, curiosa peña que como su nombre indica presenta una curiosa perforación ovalada de 5 metros de abertura máxima. Y aun nos sorprenderán las curiosas formas de la piedra que podremos observar en Las Cuevas,

 pequeñas cavidades utilizadas como refugios de ganado bajo las peñas cortadas a plomo.

Una vez en las Viñas, donde se cultivan pequeñas extensiones, volveremos a cruzar el Cabriel, que habíamos atravesado antes de ascender hacia las Cabezas. En ese punto merece la pena seguir la carretera de Cuenca un par de kilómetros, para alcanzar el paraje denominado Ayuntaderos, donde el Cabriel junta sus aguas con el río de la Laguna, que proviene de la Laguna del Marquesado (lugar donde desde hace varios años existe una embotelladora de esta misma agua y que hoy puede encontrarse a lo largo de todo el país). Y para obtener una magnífica vista del camino andado, de la Sierra de las Cuerdas (donde destacan el mencionado Telégrafo y el Pico de la Zorra, de 1.353 metros) y de los meandros que el Cabriel describe en Los Ceñajos (encorsetado entre altas paredes de piedra), nada mejor que, en un último esfuerzo, acercarse al Mirador, donde nuestras ansias de naturaleza se verán grandemente recompensadas.

De vuelta al pueblo, esta vez por la carretera, nuevas sorpresas nos esperan. Llamará nuestra atención, primeramente, una "fortaleza" natural de piedra, el Castillo del Rey





curiosa formación que ya antaño encandiló a los primeros pobladores del término, en cuyas faldas construyeron un pequeño asentamiento (de origen íbero) y excavaron, en piedra viva, una serie de aljibes para almacenar agua, hoy bastante escondidos por la vegetación. Si desde este lugar alzamos la vista en dirección este nos tropezaremos con otra de las más típicas estampas de todo el término: la Tabarreña


una gran peña de color rojizo donde culmina una montaña cubierta de pinos, que sobresales unas decenas de metros sobre la vegetación colindante, a 1.303 metros de altura, y desde la cual, llegado el caso, obtendremos unas magníficas vistas de los alrededores. Algo más cerca del pueblo pasaremos bajo la Peña Sancho, inmenso conglomerado de piedra bajo el cual la carretera pasa a duras penas entre ella y el río, con una caída a plomo sobre nuestras cabezas que sobrepasa los 25 metros. Después de estas sorpresas, tras atravesar los Villares y dejar de lado la Peña del Madroño (1.264 mts.) llegaremos nuevamente al Estrecho, pero por el lado contrario de donde nos adentramos, pasando bajo la ya mencionada Peña del Cuervo, que se nos antoja pequeña después de lo que hemos dejado atrás.

Otra ruta de gran interés, siguiendo el curso del río por el lado contrario donde lo
hicimos antes, es la que nos llevará hasta la Fuente del Trillero. Tras pasar el estrecho y siguiendo el camino, la primera gran formación rocosa que llamará nuestra atención es la Peña de los Ramos, a 1.305 metros de altura, enorme promontorio rocoso de color rojizo (como la inmensa mayoría de rocas cuarzosas que pueblan el término), que vista desde abajo por momento parece que se nos vaya a desmoronar encima. Algo más adelante alcanzaremos la presa en El Rento, pequeño dique que sirve para regular las aguas que a través del Caz (acequia) riegan toda la vega, enclavada también en un lugar estrecho donde la Cabecilla del Tío Ambrosio besa el río Cabriel. 
 
Después de un kilómetro aparecerá una gran chopera, donde vierte sus aguas al río la Fuente de los Peces, que en los períodos prolongados de sequia hace las veces de nacimiento del río, aunque este todavía está a decenas de kilómetros de su nacimiento natural. A partir de aquí los pinos nos abandonan por momentos, y nuestro camino se ciñe a los caprichos del río del que no nos separaremos hasta la Fuente del Trillero: allí cruzaremos el río por un puente de obra moderno (cuando este lleva agua) y nos adentraremos en el monte, de nuevo en compañía de abundantes pinos, aunque ya no resineros, hasta el caño donde encontraremos la fresca y saludable agua del Trillero, donde hoy se han instalado merenderos, quien sabe si con el único objeto de poder saciar in situ el hambre que este agua provoca en quien la bebe! Tras una buena comida podemos emprender desde allí otra pequeña aventura, que nos llevará, siempre en medio de una espesa vegetación de pinos y todo tipo de hierbas aromáticas (lavanda, romero, tomillo...) hasta uno de tantos portentos de la naturaleza que allí podemos encontrar: el Pino de las Cuatro Garras.  
Igualmente recomendables son las visitas al conjunto de pinturas prehistóricas enclavadas en el vecino término de Villardelhumo, donde se han localizado hasta una docena de enclaves (principalmente en Selva Pascuala y la Peña del Escrito); y la necrópolis celta de El Saladar, ubicada en el colindante término de Pajaroncillo. Como en Boniches, todos estos lugares están situados en medio de frondosos pinares y se puede disfrutar de magníficas vistas, donde cualquier amante de la naturaleza podrá deleitarse al máximo.




Aunque pueda parecer mentira, todavía pueden encontrarse en la península algunos paraísos semiperdidos. Este es el caso de Boniches, un pequeño municipio enclavado en la Serranía Baja Conquense, que encierra un sinfín de maravillas naturales, en un medio que ha permanecido inalterado a lo largo de los siglos.

El pueblo, que según el censo de 1996 albergaba a 233 vecinos (aunque no todos ellos permanecen allí durante todo el año), a una altitud de 1.022 metros sobre el nivel del mar, es uno de tantos lugares de la sierra que se han ido despoblando por la emigración.
Su proximidad a Valencia (160 kms.) motivó que la inmensa mayoría optara por esta ciudad levantina cuando vieron que sus posibilidades en el medio rural eran muy limitadas. Y aunque tan sólo dista 68 kms. de la capital provincial, fue muy poco el flujo migratorio que hacia ella se dirigió. Jugó un papel importante en la emigración, a parte de la falta de industrias y el relativo aislamiento, la climatología, con inviernos verdaderamente fríos (la mínima registrada en los últimos años fue de -17º durante el mes de febrero de 1985) y largos, con abundantes nevadas que en ocasiones han llegado a alcanzar espesores de casi 2 metros. Por el contrario los veranos no son excesivamente rigurosos, debido a la baja humedad ambiental, que hace de Boniches un buen lugar para la curación del jamón serrano y una serie de embutidos (destacando las morcillas y los chorizos), al igual que la carne de cordero, que son hoy por hoy la industria más importante del municipio, comercializada por la única carnicería existente (que también dispone de matadero homolagado, único en la zona), muy conocida en la zona; juntamente con la madera que se extrae de los montes, en la cual el pueblo sólo participa en los beneficios de las talas realizadas en los montes comunales.

Los orígenes del pueblo actual se remontan a mediados del siglo XIII, cuando en 1263 se estableció la iglesia de la Asunción, en el marco de la repoblación de toda la Serranía que, tras la conquista en 1177 de Cuenca por el rey Alfonso VIII, se produjo; aunque ya desde el neolítico (como demuestran los hallazgos en la cueva de la Cabeza de la Fuente y las pinturas rupestres descubiertas en diversos parajes de los montes circundantes, principalmente en Selva Pascuala) hay constancia de presencia humana, sostenida a través de la presencia de celtíberos (como demuestra la necrópolis del Saladar), romanos (que en Boniches dejaron un puente destruido por la riada de 1947) y otros que fueron dejando su huella en aquellos incomparables parajes. Lo más llamativo del núcleo urbano, que está situado en las faldas del pequeño montículo denominado La Picota, de 1.076 metros de altura, es precisamente las ruinas de un pequeño castillete (cuya construcción no está datada pero probablemente coincide con el establecimiento del pueblo actual, durante el siglo XIII), que lo coronaba y desde donde se divisan a la perfección los accesos al pueblo desde los distintos puntos cardinales. La iglesia, ya muy reformada, y el Ayuntamiento, recientemente reconstruido, son los edificios más emblemáticos y relevantes de la población, dignidad que comparten con el Molino de La Luz, que como su propio nombre indica se estableció para dar electricidad al pueblo, y que entró en funcionamiento en 1916, hasta poco más de mediados del siglo XX.

Se puede llegar fácilmente a Boniches por carretera desde Valencia y desde Cuenca; la estación de ferrocarril más próxima, Carboneras de Guadazaón (en la línea de Cuenca a Valencia, inaugurada el 25 de noviembre de 1947), se encuentra a 24 kms., pudiendo enlazar uno de los cuatro trenes diarios de ida y vuelta con el autobús de línea que cruza su término, y que efectúa el recorrido (un servicio diario de ida y vuelta) entre Cuenca y Santa Cruz de Moya; y dispone también de un servicio directo tres veces por semana con la capital del Turia, en la línea de autobús Cañete - Valencia. También en el vecino pueblo de Cañete se puede conectar con la línea de autobús Barcelona - Cuenca.

Cuando se llega al pueblo, si se hace viniendo de Valencia, aparentemente nada sobresale de lo normal, dando la impresión de otro pueblo serrano más. Pero a medida que uno se va adentrando en dirección a Las Huertas, la apreciación cambia por completo. En cuanto abandonamos el núcleo urbano en dirección al río, tenemos que atravesar El Estrecho, que como su propio nombre indica es una estrecha garganta labrada por el Reajo, pequeño emisario que recoge las aguas de las Muedas y Valhondo, que en poco más de un kilómetro desaguará en el Cabriel (que discurré dentro del término en una longitud cercana a los 15 kms.). Inmediatamente llama la atención la Peña del Cuervo (a nuestra derecha, a 1.072 mts.), cresta rocosa que sobresale entre los sempiternos pinos, de curiosa forma, y muy frecuenta por estas aves; y las peñas del Tortejón, que cierran el valle a nuestra izquierda. El panorama que se nos presenta es el de un amplio valle, surcado por el mencionado río, encorsetado por pintorescas montañas absolutamente cubiertas por pinos resineros. Es muy recomendable adentrarse en Los Llanos para visitar las cascadas del Traqueiro, junto a un antiguo molino harinero hoy habilitado como vivienda. Allí el agua, con sus diversos saltos y cascadas, nos ofrecerá un espectáculo formidable.

Remontando el río por los caminos paralelos, tras atravesarlo por el puente de las Huertas, que sustituyó al anterior de origen romano, cuyos restos podemos apreciar a un centenar de metros aguas abajo, podremos llegar tras un agradable paseo rodeando las huertas de la Dehesa del Río, al lugar conocido como el Palancarejo, donde se juntan el camino que va hacia la presa, situado en el paraje denominado El Rento con el que sube bordeando Las Cabezas (1.358 mts.), dos montañas en forma de cono que, junto a la Cabecilla del Tío Ambrosio (1.228 mts.), forman una de las vistas más características del término. Una vez en el Collado de la Mina, podremos tomar nuevos derroteros: seguir el camino para alcanzar la mayor altura del término y de toda la zona, el Pico del Telégrafo, a 1.410 metros de altitud, o bien bajar hacia Las Viñas, no sin antes echar un vistazo por El Rodeno, amplio valle cubierto completamente por pinos, y llegar hasta la Horadada, curiosa peña que como su nombre indica presenta una curiosa perforación ovalada de 5 metros de abertura máxima. Y aun nos sorprenderán las curiosas formas de la piedra que podremos observar en Las Cuevas, pequeñas cavidades utilizadas como refugios de ganado bajo las peñas cortadas a plomo.

Una vez en las Viñas, donde se cultivan pequeñas extensiones, volveremos a cruzar el Cabriel, que habíamos atravesado antes de ascender hacia las Cabezas. En ese punto merece la pena seguir la carretera de Cuenca un par de kilómetros, para alcanzar el paraje denominado Ayuntaderos, donde el Cabriel junta sus aguas con el río de la Laguna, que proviene de la Laguna del Marquesado (lugar donde desde hace varios años existe una embotelladora de esta misma agua y que hoy puede encontrarse a lo largo de todo el país). Y para obtener una magnífica vista del camino andado, de la Sierra de las Cuerdas (donde destacan el mencionado Telégrafo y el Pico de la Zorra, de 1.353 metros) y de los meandros que el Cabriel describe en Los Ceñajos (encorsetado entre altas paredes de piedra), nada mejor que, en un último esfuerzo, acercarse al Mirador, donde nuestras ansias de naturaleza se verán grandemente recompensadas.

De vuelta al pueblo, esta vez por la carretera, nuevas sorpresas nos esperan. Llamará nuestra atención, primeramente, una "fortaleza" natural de piedra, el Castil del Rey, curiosa formación que ya antaño encandiló a los primeros pobladores del término, en cuyas faldas construyeron un pequeño asentamiento (de origen íbero) y excavaron, en piedra viva, una serie de aljibes para almacenar agua, hoy bastante escondidos por la vegetación. Si desde este lugar alzamos la vista en dirección este nos tropezaremos con otra de las más típicas estampas de todo el término: la Tabarreña, una gran peña de color rojizo donde culmina una montaña cubierta de pinos, que sobresales unas decenas de metros sobre la vegetación colindante, a 1.303 metros de altura, y desde la cual, llegado el caso, obtendremos unas magníficas vistas de los alrededores. Algo más cerca del pueblo pasaremos bajo la Peña Sancho, inmenso conglomerado de piedra bajo el cual la carretera pasa a duras penas entre ella y el río, con una caída a plomo sobre nuestras cabezas que sobrepasa los 25 metros. Después de estas sorpresas, tras atravesar los Villares y dejar de lado la Peña del Madroño (1.264 mts.) llegaremos nuevamente al Estrecho, pero por el lado contrario de donde nos adentramos, pasando bajo la ya mencionada Peña del Cuervo, que se nos antoja pequeña después de lo que hemos dejado atrás.

Otra ruta de gran interés, siguiendo el curso del río por el lado contrario donde lo hicimos antes, es la que nos llevará hasta la Fuente del Trillero. Tras pasar el estrecho y siguiendo el camino, la primera gran formación rocosa que llamará nuestra atención es la Peña de los Ramos, a 1.305 metros de altura, enorme promontorio rocoso de color rojizo (como la inmensa mayoría de rocas cuarzosas que pueblan el término), que vista desde abajo por momento parece que se nos vaya a desmoronar encima. Algo más adelante alcanzaremos la presa en El Rento, pequeño dique que sirve para regular las aguas que a través del Caz (acequia) riegan toda la vega, enclavada también en un lugar estrecho donde la Cabecilla del Tío Ambrosio besa el río Cabriel. Después de un kilómetro aparecerá una gran chopera, donde vierte sus aguas al río la Fuente de los Peces, que en los períodos prolongados de sequia hace las veces de nacimiento del río, aunque este todavía está a decenas de kilómetros de su nacimiento natural. A partir de aquí los pinos nos abandonan por momentos, y nuestro camino se ciñe a los caprichos del río del que no nos separaremos hasta la Fuente del Trillero: allí cruzaremos el río por un puente de obra moderno (cuando este lleva agua) y nos adentraremos en el monte, de nuevo en compañía de abundantes pinos, aunque ya no resineros, hasta el caño donde encontraremos la fresca y saludable agua del Trillero, donde hoy se han instalado merenderos, quien sabe si con el único objeto de poder saciar in situ el hambre que este agua provoca en quien la bebe! Tras una buena comida podemos emprender desde allí otra pequeña aventura, que nos llevará, siempre en medio de una espesa vegetación de pinos y todo tipo de hierbas aromáticas (lavanda, romero, tomillo...) hasta uno de tantos portentos de la naturaleza que allí podemos encontrar: el Pino de las Cuatro Garras. Este árbol, que supera los 30 metros de altura, se llama así por que de su tronco, a los 2 metros de altura, se separan 4 brazos casi idénticos que culminan en una esplendorosa copa.

Igualmente recomendables son las visitas al conjunto de pinturas prehistóricas enclavadas en el vecino término de Villardelhumo, donde se han localizado hasta una docena de enclaves (principalmente en Selva Pascuala y la Peña del Escrito); y la necrópolis celta de El Saladar, ubicada en el colindante término de Pajaroncillo. Como en Boniches, todos estos lugares están situados en medio de frondosos pinares y se puede disfrutar de magníficas vistas, donde cualquier amante de la naturaleza podrá deleitarse al máximo. Igualmente recomendable es la visita a Cuenca, destacando la impresionante Hoz del Huécar donde están ubicadas las celebérrimas Casas Colgadas, que pueden admirarse desde el atrevido puente de San Pablo, que atraviesa la angosta hoz, hoy de estructura metálica, que sustituyó al antiguo de fábrica desplomado a principios del siglo XX.

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